El día 3 de diciembre de 2007 murió en Madrid a los 94 años Paquita González, presidenta que fue de la Agrupación Socialista de Chamberí (1985-2003) y, más que presidenta, alma de la mencionada agrupación. Paquita era un símbolo de una generación que por ley de vida, y por desgracia, está ya desapareciendo. Eran muy jóvenes en la II República y en la Guerra Civil, tuvieron que madurar deprisa, por los acontecimientos que les tocó vivir. Lucharon contra el franquismo del que fueron víctimas, pudieron ver su final y la restauración de la democracia.
Paquita era una mujer generosa y solidaria. Su visión de la militancia era una entrega sin límites – quizás con el único límite de su familia a la que adoraba – pero al mismo tiempo nada sectaria ni patrimonialista. Como tantos de esa generación pensaba que al partido se iba a servir, a aportar todo lo que uno pudiera, sin más recompensa personal que el resultado del esfuerzo colectivo. Quizás esa actitud, en el grado que la estoy describiendo sea muy difícil de trasladar a las generaciones posteriores.
Republicana convencida, partidaria de la unidad de la izquierda, siempre dispuesta a ayudar con un consejo o una sonrisa, era también una mujer de gran carácter.
Yo fui secretario general, con ella de presidenta, durante muchos años. Muchos años de lucha, de alegrías y a veces desalientos y de conversaciones personales y políticas. En los últimos tiempos, recordaba con mucha frecuencia el fusilamiento de su tío y su hermano en Puente del Congosto. Le hubiera gustado saber que en la Ley denominada de la Memoria Histórica se contemplan medidas para ayudar a la recuperación de cadáveres e identificación de los mismos, un último acto de homenaje, que debemos a las víctimas y a sus familiares.
Otro recuerdo que Paquita contaba emocionada era la entrada de las Brigadas Internacionales en Madrid en aquel noviembre de 1936, cuando todo parecía perdido. De pronto, decía Paquita, desfilaron por la Gran Vía, con un gran estruendo de botas, y donde había desánimo todo se transformó en un grito antifascista. ¿Cómo no se iba a defender Madrid, si venían de tan lejos a ayudarnos? Paquita era capaz de emocionarte con los detalles de aquél relato que había vivido, emoción que sentiría al saber el homenaje y la nacionalidad que se les da a los brigadistas en la mencionada ley.
Paquita sí creyó en la República. Se quejaba de que otros, no tanto. De que la República había sido para muchos algo que empezó a apreciarse cuando se perdió. Hubo largos años de franquismo para lamentarlo. Ella hablaba del entusiasmo, de las escuelas que trajo la República, de la esperanza de salir del retraso histórico en que estaba nuestro país. Y su voz cuando hablaba, como decía Antonio Machado de Pablo Iglesias “tenía el acento inconfundible de la verdad humana”.
Casada con un militar republicano, encarcelado después de la guerra, Paquita fue capaz de enfrentarse al desaliento que impregnaba el franquismo oponiéndole su amor por la vida. Siempre se quejaba de lo que Franco había hecho con su marido, de cómo le había inoculado el desánimo y el escepticismo. Ella, no. Siempre mantuvo la llama de la esperanza y de la lucha política y social, como en la conocida frase de Bertol Brecht (“hay personas que luchan un día y son buenas; las hay que luchan años y son mejores, pero las hay también que luchan toda la vida: esas son las imprescindibles”) pertenecía al último grupo. Imprescindible en cuanto al recuerdo y al ejemplo necesario para todos los que la conocimos. Decía el presidente Mitterrand que él recordaba todos los días a las personas queridas que se habían ido, pues de alguna manera así no morían del todo, mientras alguien que las quiso las recordara.
Sirvan estas palabras de homenaje a toda una generación de luchadores, que simbolizaba muy bien Paquita, para que el recuerdo la mantenga viva y su ejemplo no desaparezca.
11 de Diciembre de 2007
Artículo de Juan Antonio Barrio de Penagos en PSOE
11 de Diciembre de 2007
Artículo de Juan Antonio Barrio de Penagos en PSOE
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